El jardín a la italiana nace en un clima de magnificencia y su diseño refleja el racionalismo de la época, que afirma el dominio del hombre sobre la naturaleza. Nada es incierto ni casual, todo deriva de una norma arquitectónica precisa a la cual se sujetan todos los elementos del jardín ya sean lapídeos, vegetales o hídricos. Faltan las flores que no encuentran lugar en el jardín renacentista porque no son capaces de contribuir de modo apreciable a la sensación de claro-oscuro que debe provocar el conjunto. Lo importante es utilizar plantas ornamentales siempre verdes, con efectos perennes, que se fundan con las piedras, la morfología del jardín y el agua, produciendo así una fascinación continua, independiente del cambio de estación.
Ya a mediados del siglo XVI, con la recuperación de la cultura clásica y la mayor tranquilidad socio-económica de muchas regiones de Europa, los castillos se transforman en palacios y los palacios se abren a los jardines y se convierten en villas, donde las complejas arquitecturas de aquéllos asumen un valor relevante, podría decirse absoluto. En estos jardines, donde el agua es arquitectura, las fuentes, los surtidores y los juegos que la involucran se multiplican.
En este clima se construye Villa d’Este y, poco a poco, imitándola, nacen numerosos jardines en Italia y Europa. Pratolino en Florencia, Villa Aldobrandini en Frascati, Villa Panfili y Villa del Quirinale en Roma. En Villa d’Este los juegos de agua, en particular los autómatas hidráulicos, se convierten en el elemento de mayor atracción y sorpresa. En los alrededores de cada fuente de los jardines se disponen numerosos burladores, ya presentes en la Villa Castello Medicea de Florencia, con el fin de divertir o sorprender a quienes visitan el jardín y, naturalmente, para solaz de los príncipes. Inesperadas rociaduras de agua, maniobradas manualmente o puestas en marcha a través de simples mecanismos escondidos, bañaban a los visitantes, los cuales, la mayoría de las veces, compartían divertidos el juego.
En Villa d’Este los efectos más sorprendentes, aquéllos que suscitaban gran maravilla eran, sin duda, los de las fuentes dotadas de mecanismos productores de sonidos: música de órgano y canto de pájaros alegraban a los visitantes, quienes al no lograr entender cómo tales efectos eran creados sin la intervención directa humana en el momento los consideraban mágicos.
Dos eran las fuentes que producían sonidos –la del Órgano y la de la Lechuza, con el juego de pájaros. Ambas se han restaurado y han vuelto a ser el punto de atracción y curiosidad que fueron por dos siglos. De los mecanismo “mágicos” que les dan vida hablaremos más adelante.
Para las instalaciones hidráulicas de ambas fuentes, realizadas en 1567, se recuperó una técnica antigua, de época helenística, cuyos elementos esenciales han llegado hasta nosotros gracias a un científico de Alejandría, Herón, el cual ha descrito con gran cuidado y detalle los descubrimientos e invenciones que nacieron entre el IV y el II siglo a. C. en el ambiente alejandrino. Entre los descubrimientos que Herón describe encontramos la cámara eolia, elemento fundamental de las máquinas hidráulicas sonoras. La cámara eolia fue el fruto de los estudios e investigaciones de Ctesibio, científico helenístico del siglo II a. C., que la utilizó en una invención suya, el órgano hidráulico (l’hydraulos), el cual obtuvo gran éxito en Grecia y Roma.
El órgano hidráulico greco-romano se tocaba manualmente y el aire necesario para lograr que sonara se producía en dos recipientes llenos de agua que, a través de un bombeo manual -levantando el nivel del agua- mantenían bajo presión el aire suficiente para que el órgano funcionara. No era un órgano mecánico ya que la mano del hombre debía bombear constantemente el aire.
Una interesante referencia a la cámara eolia se encuentra en una descripción y un dibujo de Herón.
Haciendo uso de la misma técnica de la Fuente de Herón se había inventado un modo de producir sonidos, enviando el aire a presión a una flauta. Se trata una vez más de aire comprimido por el agua que sube de un recipiente cerrado hacia un tubo que comunica con el instrumento de viento.
En las figuras, el agua entra en el compartimiento superior y el pajarillo colocado en alto (un silbato) emite un silbido; con el aumento del nivel hídrico el sifón se ceba y transfiere el agua al compartimiento inferior, consintiendo así el canto o gorjeo del segundo pájaro. El proceso continúa hasta el último pajarillo.
El uso de los autómatas musicales prosigue en la cultura romana y en la bizantina. Los árabes heredan del mundo bizantino el conocimiento científico alejandrino. En el mundo islámico se escriben tratados particularmente de hidráulica, se realizan proyectos y modelos de autómatas y, entre otras cosas, se construyen relojes de agua o movidos por medio de contrapesos, lo cual indica claramente el interés por la cultura alejandrina y una cierta continuidad de la especulación científica helenística.
Autores como los hermanos Banu Musà, del siglo VIII, o Al Jazari, del siglo XII, son los más conocidos científicos árabes que trabajaron sobre complicados mecanismos automáticos cuya fuente de energía era el agua que, al empujar el aire, permitía también la producción de los sonidos. Válvulas cónicas, engranajes, cigüeñales1, sifones2 y cámaras que producen aire permiten a los árabes diseñar, y ciertamente realizar, autómatas sofisticados. Muchos de los estudios árabes se refieren a instrumentos musicales de viento que suenan gracias al aire comprimido por el agua. Investigaciones y traducciones recientes de D. R. Hill (1974) y Atilla Bir (1990) –realizadas sobre manuscritos árabes– han vuelto a proponer estas invenciones y han permitido apreciar el alto nivel científico y técnico de los inventores islámicos.
En los mecanismos alejandrinos el automatismo dependía del aire que emitía la cámara eolia la cual, una vez que se llenaba de agua, no podía producir más aire. El tiempo de uso del instrumento se veía limitado por la dimensión de la cámara eolia. Al Jazari intentó resolver el problema diseñando un instrumento que llamó flauta continua. El agua entraba alternadamente en dos diferentes cámaras eolias y, cuando el aire terminaba en una, ésta se vaciaba y la otra empezaba a funcionar.
Probablemente sobre la base de las experiencias greco-romana y árabe se llega a la invención que pondrá en funcionamiento el órgano hidráulico de Villa d’Este y los otros órganos hidráulicos que enriquecerán varias villas italianas y europeas.
Sin embargo, en el instrumento de Villa d’Este no se utiliza el sistema correspondiente al órgano hidráulico greco-romano, sino uno diferente, completamente automático, que resuelve el problema de la flauta continua que había apasionado a los estudiosos árabes.
En el nuevo sistema la cámara eolia, o pozo del viento, funciona con agua que entra en un cáliz conectado a un tubo vertical. En el cáliz se forman amplios vórtices que capturan continuamente burbujas de aire, mismas que son empujadas hacia abajo hasta alcanzar el ambiente inferior hermético: la cámara eolia. En este ambiente el aire se separa del agua, asume una cierta presión -más bien modesta- y sube hacia el techo de la cámara eolia donde un conducto la lleva al instrumento de viento. En la parte baja de la cámara eolia hay una ulterior salida que consiente el desagüe continuo de la misma cámara eolia. La cantidad de agua que entra en la cámara eolia es igual a la que sale y el nivel hídrico se mantiene constante por medio del sistema de descarga de “demasiado lleno”. En fin, una parte del agua se utilizaba para mover una rueda hidráulica que, a su vez, ponía en movimiento un cilindro que accionaba las válvulas que daban aire a los tubos.
El sistema ilustrado en la Figura 5 es el que se utilizó en Villa d’Este donde la Fuente del Organo era el verdadero espectáculo de la villa. Una llamada de trompeta anunciaba el inicio; después del sonido de la trompeta empezaba el del órgano que ejecutaba algunos motivos musicales. Después del órgano, utilizando un mecanismo manual, se hacía llegar agua a un depósito colocado en alto al cual estaban conectados numerosos tubos. Improvisamente, desde la fachada, desde la gran tina central y desde el borde de ésta, partían chorros violentos cuyo conjunto producía un especial efecto escénico al que se daba el nombre de “diluvio”.
En el siglo XVII, Kircker (1650) propone modificar el tubo vertical de aducción del agua a la cámara eolia, con el fin de obtener mayores cantidades de aire.
El mecanismo es el mismo ilustrado en la Figura 5, sólo que en este caso, los tubos del órgano son 11 y el cilindro dentado ha sido programado para producir el sonido de un motivo musical completo.
En conclusión, se conocen dos sistemas hidráulicos para producir el aire que alimenta un instrumento de viento. Un sistema que no es continuo, que hemos definido heroniano, el cual comporta la interrupción del flujo de aire para permitir el vaciado de la cámara eolia, y un sistema continuo, usado en Villa d’Este, que consiente el funcionamiento del instrumento sin interrupciones.
La reconstrucción del órgano hidráulico de Villa d’Este, reinaugurado en el 2004, se realizó utilizando la antigua cámara eolia que encontramos in situ, aún intacta. El estudio y el respectivo trabajo de restablecimiento se concentraron en la máquina y el cilindro que con sus púas abre las válvulas de los tubos que producen la música elegida.